domingo, 15 de febrero de 2009

Del vertedero a dios de Anfield

Me permito transcribir íntegramente este artículo de El País, resumiendo la vida deportiva de todo un mito Red, de la gran esperanza antimadridista para acabar con las expectativas merengues en Champions y para hacer del Liverpool el nuevo rey de Europa:
John-Paul Gilhooley era el más joven de los 96 seguidores del Liverpool muertos en una avalancha en el estadio de Hillsborough en 1989. La placa que levantó el Liverpool en recuerdo de la tragedia indica que John-Paul tenía diez años, pero hay un dato ausente en el mármol acoplado a los muros de Anfield: John-Paul era el primo mayor de Steve. Les separaba un año, pero compartían juegos, pasiones y un mismo sueño: ser futbolistas del Liverpool. "Nunca lo había dicho antes: yo juego al fútbol por John-Paul", confiesa Steven Gerrard (Whiston, 1980), el capitán del Liverpool, en el prólogo de una autobiografía dedicada a la memoria de su primo John-Paul: Mi autobiografía (Bantam Press 2006).
Cuesta imaginar a alguien tan vinculado a su club como Gerrard. "En casa, el Liverpool era una religión", anticipa la familia de Paul. El área de Huyton, al Este de Liverpool, es el entorno natural de los Gerrard. Durante 20 años la vida familiar transcurrió en un modesto adosado al final de Ironside Road, un callejón sin salida en el que los coches ocupan ahora el espacio reservado tiempo atrás para los partidillos entre los chicos del barrio. Sólo a partir de la nostalgia asociada a una infancia feliz se comprende que la desangelada Ironside fuera alguna vez "la calle de la alegría" o el tramo de asfalto en el que, a fuerza de rasguños, forjó Gerrard su destreza en el tackling.
A menos de una manzana de Ironside, una hilera de bungalows ocupa el hierbal donde el pequeño Steve vivió su episodio más doloroso "en un vertedero que era para nosotros una mezcla entre Anfield, Wembley y Goodison", relata el futbolista en su libro. Un balón oculto bajo una maraña de ortigas fue el desencadenante. "Era imposible verlo. Me remangué los calcetines, metí mi pierna derecha entre las ortigas y golpeé con todas mis fuerzas. Fue una agonía". La punta de un rastrillo atravesó el quinto dedo del pie de Gerrard. Los médicos estaban dispuestos a amputárselo, pero la intervención de Steven Heighway, director de la escuela del Liverpool, forzó un cambio de planes y salvó por la campana la carrera futbolística de un niño que, a sus nueve años, acababa de cumplir su primera temporada con los reds. Para entonces, el reservado Gerrard era ya un asiduo de The Kop, la legendaria grada de Anfield, y conocía a su mejor socio hasta la fecha. El centro deportivo Vernon Sangster fue el banco de pruebas donde Steven Gerrard y Michael Owen tramaron una complicidad que pertenece a la historia del Liverpool: "Michael vino al mundo para destrozar porteros. Él vio que yo era un buen pasador y pronto congeniamos. Todos creían que jugábamos juntos porque éramos amigos. Mentira. Michael y yo sólo queríamos ganar. Siempre ha sido así".
El cambio a la escuela secundaria puso de manifiesto la obsesión de Gerrard por los reds. Cardinal Heenan era un colegio católico -los Gerrard, no- y pertenecía a otro distrito, pero tenía buenos equipos de fútbol y eso lo era todo para un pequeño futbolista obstinado en no perder pie ante los ojeadores del Liverpool. Steven Monaghan, entrenador en Cardinal Heenan, lo recuerda bien: "En 20 años de profesión no había visto nada igual. Con 11 años golpeaba la pelota con la misma fuerza que ahora". La evolución de Gerrard, sin embargo, no podía competir con el despegue de Owen. Ambos tenían 14 años cuando la federación inglesa les citó en la escuela nacional de Lilleshall, la más prestigiosa. Owen superó todas las pruebas; Gerrard quedó fuera en la final "por causas ajenas al fútbol", según la carta que llegó a Ironside. "Aún creo que lo hicieron por mi falta de altura. Para mí, fue un insulto y aún lo llevo clavado en mi memoria", admite Gerrard, que salva al pequeño Michael "por su velocidad: el medio campo es diferente". Por enésima vez, el único consuelo posible estaba en el Liverpool, cuyos entrenadores emplearon el consabido "como en casa en ninguna parte" para animar a un chico con serios problemas en su espalda que dio un insospechado estirón a los 16 años hasta alcanzar 1,88 metros.
"El Liverpool se convirtió en mi vida, mi mundo", afirma Gerrard para ilustrar el comienzo real de una carrera que ya no podía esperar más. Owen llevaba un año y medio en el primer equipo cuando el 30 de noviembre de 1998 Gerrard inició en Anfield su trayectoria profesional. Han transcurrido ocho años desde entonces y a las puertas de The Kop los aficionados se emocionan sólo con oír el nombre de Gerrard. "Es el alma del Liverpool", "nuestro dios", "representa a la gente de aquí", "cuando golpea el balón, todos hacemos fuerza con él"... Son algunas de las sentidas muestras de orgullo de los hinchas.
La veneración por Gerrard no sólo se debe a su liderazgo para remontar el 0-3 del Milan en la final de la Liga de Campeones de 2005 o a sus prodigiosos goles en la final de la Copa en 2006. El de Huyton se ganó a su gente el 6 de julio de 2005, un día después de anunciar que abandonaba a los reds. Fuera por la colosal oferta del Chelsea, por un deseo oculto de vivir nuevos retos o por cierta falta de tacto del Liverpool -"estuvieron a punto de sacarme de Anfield"-, Gerrard quiso abandonar su club durante 24 horas, pero fue incapaz de soportar el desafío: "¿Podría volver a mirar a mi padre a los ojos?, ¿podría mirarme de nuevo en el espejo?, ¿podría fallar a The Kop?". Fin de la historia.
En los últimos clásicos a orillas del Mersey, los hinchas del Everton acostumbran a exhibir por Anfield una foto de Gerrard uniformado con sus colores por una gracia de su tío Leslie cuando tenía siete años. Muchos scousers optan por reírse. Saben que Gerrard les pertenece. Él es el Liverpool.

domingo, 1 de febrero de 2009

La leyenda continúa

Los caprichos de la historia, la malintencionada "Ley Bosman" o, simplemente, el aparente final de una era gloriosa, han impedido a nuestras generaciones presenciar los mayores hitos de nuestro querido Athletic, nos han impedido comprobar que se siente al saborear la gloria que acarrean estos más de 100 años de envidiable existencia.
Sinceramente, no me importa. Yo no sigo a un equipo porque en él juegue el mejor jugador del mundo, o porque vayamos a ganar más Copas de Europa que nadie. Yo no sigo a un equipo porque, a golpe de talonario, vayamos a llenar el vestuario de supercracks mundiales a los que nuestra camiseta les importe lo mismo que un accidente de bicicleta en Pekín. A mí no me importa que se rían de mi equipo porque sea un equipo diferente, porque más me reiré yo de ellos, que son todos iguales.
No obstante, al trabajo bien hecho, ocasionalmente, le da por hacer un guiño al destino, y viste de ilusión a toda una ciudad. Una ciudad que se extiende hasto los límites que el último aficionado rojiblanco de las antípodas desee. Y presisamente en ello estamos.
Y es en estos momentos, cuando siento lástima de toda esa gente que no ha tenido la suerte de ser del único equipo del mundo que realmente es de su tierra, del único equipo del mundo que es capaz de hacer sentir a sus seguidores que ellos mismos son los que saltan al campo a jugar los partidos.
El Athletic ha salido del estado comatoso en el que entró tras aquella fatídica eliminatoria frente al Austria de Viena. No supisteis rematarnos, y este león herido (en su orgullo) vuelve a rugir más fuerte que nunca, convirtiéndose en el animal más fiero que podamos imaginar. Máxime cuando viene acompañado de los gritos de la mejor afición de España, que vuelve a venerar a un Rey que nunca llegó a ser destronado.
Nosotros que no vimos jugar a Sarabia, ni a Dani, ni a Argote. Nosotros que sabemos por los libros que en Ibaigane figuran 8 títulos de Liga y 24 de Copa. Nosotros que adquirimos la conciencia futbolística con aquel Athletic irregular de los 90. Nosotros que hemos sufrido con este Athletic en decadencia de estos años que nos preceden. Nosotros.
Nosotros tenemos la oportunidad de volver a ver a nuestro equipo en una final de Copa. Tenemos la oportunidad de ver a nuestro equipo luchando por Europa, como corresponde a su historia. Tenemos la ilusión que nadie más en el mundo conoce, mal que pese a quien pese. Nosotros que despertamos las envidias allende nuestras frontera, envidias que nos hacen superiores a todo lo grandes que ya de por sí somos. Nosotros que, como buenos leones, no hacemos caso a la carroña "informativa" que nos relaciona con Villar.

Escuchad bien, este es el grito conjunto de una afición unida: EL ATHLETIC DE BILBAO HA VUELTO, Y ES PARA QUEDARSE!!!